Cuando hablamos de significado nos referimos a algo que no se puede transmitir de manera directa, pero que queda sugerido por la representación abstracta de las imágenes y las palabras. Hablamos de lo que el signo señala, pero no contiene. Es como decir, por ejemplo, que el significado de la palabra “silla” no es la silla en sí. Es decir que –como enunciaban voces tan distintas como las de Alfred Korzybski en el terreno lingüístico y Jiddu Krisnamurti en lo espiritual– la palabra no es la cosa. La palabra “silla” no es la silla. La palabra “palabra” no es la palabra. Esta misma observación se encuentra a nivel más amplio. Suponemos que toda esta cosa que llamamos vida es la representación de verdades que le trascienden. De ahí surge la cuestión: ¿qué es el significado de todo esto? ¿qué sentido tiene la existencia? ¿hay algo más allá, o más acá, de lo que pensamos, sentimos y hacemos para sobrellevar cada día? Los religiosos dicen que sí y presentan un dogma. Los filósofos rondan mucho la pregunta, tal vez con temor de entrarle en lleno. Los científicos se ocupan de las particularidades. La literatura –todo el arte– tiene la responsabilidad de contemplar este asunto: ¿Qué significa ser humanos? Gracias por visitar Libro Abierto. Para subscribirse a futuras publicaciones, escríbanos a libroabierto@vmramos.com.
23 comentariosAño: 2007
“Ángel de mi guarda, mi dulce compañíano me desampares ni de noche ni de día”. Oración católica. Hay libros a los que uno se acerca con sus dudas, como si mordieran. Yo le temí a «Dulce compañía», una novela de la autora Laura Restrepo. Y le temí por dos razones que tal vez parezcan descabelladas a los lectores más expertos. Primero, porque leí «Delirio», otro libro de la misma autora colombiana que me causó un dolor de cabeza por sus dificultades narrativas. Detesto esos libros que son difíciles a propósito. La segunda razón, y esta es la más risible, fue que tuve la impresión de que este otro libro sería lo contrario: demasiado fácil. No me gustan los extremos en estos sentidos. Los escritos muy difíciles me parecen arrogantes, aunque muchas veces me ha sorprendido Jorge Luis Borges al demostrarme que la dificultad que yo esperaba en alguno de sus cuentos era imaginaria, como su narración. Los escritos muy fáciles me parecen perezosos: ese tipo de páginas que se disuelven en el aire una vez leídas y no dicen absolutamente nada que se quede con nosotros. Me gustan los libros medios, pero no mediocres, que me reten sin ser aburridos. Que se dejen leer, pero que me obliguen a confrontar los temas que proponen. Así me acerqué a «Dulce compañía», marcado por las dudas. Y, hasta cierto punto, tenía razón: El libro es fácil, pero no simple. Me adentré en su trama con ganas de criticarlo y terminé disfrutándolo. Para…
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