He visto tres obras del dramaturgo norteamericano Arthur Miller porque se me han cruzado en el camino sin andarlas buscando, pareciéndome a veces que el teatro es un arte para clases mejores remuneradas que la mía. En cada ocasión he quedado sorprendido al ver que su obra me habla de manera directa. Hay un patrón que reconozco en las tres obras de Miller que he conocido: Él logra elevar personajes antiheroicos de la clase trabajadora, personas que en nuestras sociedades capitalistas podríamos llamar “perdedores,” de manera que casi olvidamos sus fallas y, aunque sea por momentos, logramos entenderlos. Conocí su obra en una clase de teatro en mi primer año de universidad, donde tuvimos que ensayar escenas de “Death of a Salesman” (“Muerte de un agente viajero”) a primera hora de la mañana, entre bostezos de sueño y ayunas. Leímos la obra antes de escenificar algunas partes en clase. No me fue muy bien en el papel de Willy, aquel hombre indeciso en búsqueda de un éxito que le elude. Me recuerdo en medio del escenario, todo tieso al lado de una cama donde yo le gritaba no sé qué cosa a mi supuesta mujer. Recitaba las líneas como si hubiese estado en una subasta para vender carros chatarra. Era un perdedor tratando de imitar a un perdedor. Pero se quedó algo en mí de la obra y de aquella experiencia, un desprecio mezclado con compasión hacia aquel personaje que trataba de ser quien no era en su afán de…
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