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Año: 2023

Buscando finales felices

Puede un hombre que haya sufrido las aventuras de un caballero triste entregarse aún a las más quijotescas aventuras con conocimiento de causa de la mofa que recibirá y del final patético que le espera. Puede una mujer que haya muerto dos veces, una arrojándose a las vías con Anna Karenina y la otra con el trago amargo de Emma Bovary, entregarse con toda pasión a la intimidad más arriesgada. Siguen saliendo hombres tras la caza de la ballena de Moby Dick o el marlin que el viejo Santiago ató a su bote, a saber de que sería carne para tiburones.

Y siguen muchos enamorados sin voluntad gritando a la maga, perdidos en sus laberintos de memorias y palabras sin trama. Otros luchando toda una vida para comprar aquella propiedad cerca de la bahía y ver la luz verde al otro lado del agua, muy cerca pero siempre inalcanzable en otros sentidos: porque la luz no se puede capturar; por eso.

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Eileen Chang y la “irrazonable realidad”

En un período en que no podía viajar a ninguna parte, yo caminaba por las calles de Hong Kong en una tarde de primavera en que ciertas azaleas apasionadas asaltaban los sentidos con su rojiza intensidad, “quemándolo todo”.

De pronto me adentraba en un mundo antiguo y nuevo a la vez, otro presente trastocado por el rumor de una guerra y una realidad que existía en la incertidumbre de la influencia colonial.

Caminaba yo tras los pasos de una muchacha de provincia que buscaba un mejor presente bajo el auspicio de una tía, y el personaje me llevaba hacia el interior de una casa, donde abría un armario y descubría como seguía existiendo en su contenido la China de otros tiempos a la sombra del progreso.

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Robarse el fuego

Estos días tengo que huir de todas mis obligaciones y del escritorio que una vez compré y armé con la esperanza de que sería el lugar de mis imaginaciones. Hay muchos asuntos de trabajo allí; mucha correspondencia abierta y sin abrir; muchos cables de computadora, impresora, monitor, bocinas, y el polvo que se acumuló entre ellos y sobre los libros que no leí en más de dos años de trabajo remoto por la pandemia.

Los asuntos prácticos se interponen: primero, hay que ser responsable y pagar las cuentas, desempolvar las superficies, organizar los libros, contestar las llamadas a mi mamá (siempre hay una emergencia que en realidad no es nada), y luego estoy cansado y necesito una siesta, y cuando despierto la casa está llena de gente, oigo los debates en la televisión y mejor me voy a cortar el pasto, que ya eso empieza a parecer un terreno baldío para criar becerros.

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Crítica de la tilde diacrítica

Acababa de terminar yo de revisar una colección de cuentos en español en que me aseguraba, entre otras cosas, de que las tildes estuvieran bien puestas, cuando me enteré por el titular que circuló en los medios de que la Real Academia de la Lengua Española despenalizaba el uso del acento diacrítico en palabras como el adverbio “sólo” y en los pronombres demostrativos.

Aquella noticia me hizo recordar conversaciones que tuve con otros que hilamos palabras y oraciones en la lengua de Cervantes, García Márquez, Fuentes y Cortázar (por poner algunos ejemplos) cuando se anunció el cambio de regla en 2010, unos que defendíamos el uso de esas tildes para distinguir entre distintos usos de la misma palabra y otros, los menos, que estaban a gusto con eliminarlas en esos casos.

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Las campanadas de Notre Dame

Dirán muchos que la gracia de leer una buena obra de ficción es que, a pesar de las terribles vicisitudes que enfrentan los héroes de una historia, el final restaura el orden y salva la ilusión que tanto deseamos los mortales: y fueron felices y comieron perdices. Esa es por lo menos la estructura en trama tras trama de las comedias livianas que favorece nuestra época, historias en las que todo estará bien. Esa no era para nada la idea que tenía en mente Víctor Hugo al escribir Notre-Dame de Paris.

Lo que Hugo tramaba cuando a sus veintiséis años se encerró con un tintero a escribir esta novela era una tragedia, aunque su voz narradora, hacia el final del libro, desestima el género como “el propósito más vano de todos”. ¿Una de sus estratagemas de escritor, quizás?

Yo terminé el año que acaba de concluir apurado en hora tras hora de lectura tratando de llegar al final de esta ficción que al principio me pareció pesada y difícil de leer y luego se volvió fastidiosa y hasta odiosa, cuando llevaba cientos de páginas dobladas y no llegábamos al meollo de la cuestión. Pero la última cuarta parte de esta novela fue otra cosa, porque lo toma a uno por asalto después de haber tendido trampa tras trampa en las primeras partes del texto para hacer eso posible. Hay que tener paciencia para saber sufrir este libro.

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