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Año: 2024

La abundancia ya presente

Se habla a veces del epicureísmo en referencias de paso cuando se relatan los placeres de la buena comida y bebida, quizás de lujos que uno se da, o de la actitud del turista que se detiene a mirar y apreciar algún paisaje pintoresco. O sea que se entiende que ser epicúreo corresponde a complacerse.

Sucede que tal como el estoicismo, la filosofía opuesta, no consiste simplemente en negarse los placeres, tampoco es el epicureísmo algo tan simple como el hedonismo desenfrenado. Pero estas maneras de ver la vida no representan tanto visiones opuestas como complementarias y hay en ambas mucho de la otra: el estoicismo se ha puesto de moda en la última década y tal vez le vaya tocando pronto el turno a esta otra tendencia.

La búsqueda filosófica en sus orígenes no perseguía la búsqueda éxito, como suele suceder cuando se populariza una tendencia, sino investigar y entender cómo vivir bien. Epicuro de Samos (de quien se deriva el nombre de la filosofía) buscaba allá entre los siglos tres y dos antes de la era moderna ese tipo de felicidad minimalista que no encajaría muy bien con una cultura de excesos. Sus enseñanzas y máximas llegan a nosotros mayormente a través de otros, pero se pueden presentar con una sentencia breve que se le atribuye: “El que no está satisfecho con poco no estará satisfecho con nada”.

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Los cincuenta

Me encuentro ante esta puerta con la botella de vino en mano y una corbata doblada en una bolsa de regalos en colores discretos, preguntándome cuál es el sentido de todo cuanto existe. Nunca he visto a este hombre en otra prenda que no fuera una camiseta casual y los jeans descoloridos en que se va a trabajar, pero no puedo regalarle eso.

Quiero devolverme e ir a hacer cualquier cosa, ya sea apretar tornillos flojos en todas las bisagras. Se abre la puerta y la mujer del festejado, envuelta en un brilloso vestido aguamarina y con maquillaje alrededor de los ojos del mismo color, abre los brazos, suelta unos besos al aire, e invita a pasar con exagerada efusividad. Atravieso una sala de lujo que nadie usa y nos vamos hasta atrás, hasta la sala de estar combinada con cocina, donde suena salsa de los ochenta. Hay un gran letrero de pared a pared: ¡Feliz 50!

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Aurora boreal

Llevo los minutos calculados: tantos para caminar de mi escritorio a los ascensores, y para bajar y para salir al estruendo de las calles de Manhattan y sentir esos aires del otoño nueva vez, y luego, a esquivar cuerpos, porque si no, se me va el tren.

Parece que todo va bien, pero los duendecillos hechos de unos y ceros empiezan a hacer de las suyas y no puedo publicar el trabajo de horas. Parece que de repente no existe nada, que todo se va a perder, y vienen los técnicos de informática y pronto me doy cuenta de que ellos también tiran dardos a ver si dan al blanco. No se puede, no se puede, no se puede…

Mejor hago que lo que debí hacer desde un principio: empezar de cero. Lo bueno es que viene otro tren, y otro tren, pero después de ese vendrán menos trenes y habrá que esperar más. Se me va el segundo tren y logro terminar con apenas suficiente tiempo para el tercero, y el último de la hora pico.

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Odiseo

No hay que leer los veinticuatro cantos del poema clásico griego para saber qué es una odisea. Ni siquiera hay que conocer que existe esa obra de Homero para entender el término, aceptado en los diccionarios de los idiomas de Occidente, como un viaje literal o figurado que evoca exploración, aventura y conquista.

Yo conocía la Odisea por las versiones resumidas que se citaban en estudios secundarios y universitarios y uno que otro fragmento que había leído aquí o allá como la historia de un viaje heroico en que su protagonista se sobreponía a obstáculos fantásticos para regresar al hogar.

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Fantasía de una tarde invernal

Es el primer verdadero día de invierno de toda la temporada, aunque hace ya semanas que sobrevivimos el trayecto de las horas más oscuras del año, y llegamos de este lado a unas tardes plateadas y a nuevas marcas en el calendario. No sé por qué en estos días en que el agua se congela el aire se respira más limpio, pero es lo que sucede. Sale uno y quiere despegar hacia adentro de no ser por esa energía que infunde los pulmones, como si fuera un oxígeno más puro.

Y entonces me acuerdo de los días más fríos de mi vida: de la nieve enlodada mientras cambiaba un neumático pinchado en la Northern Boulevard; de una caminata nocturna y solitaria por la helera de Albany; de una mañana remota en que tanteaba sobre un piso congelado en el campus de la universidad a que me había ido a matricular en el Bronx, y de cómo mis zapatos chinos no servían para esa superficie. Mis rodillas temblaban, pero seguí; di el siguiente paso.

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