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Categoría: cristianismo

“El más hermoso de los hijos de los hombres”

He venido desde bastante lejos para encontrarme frente a este lienzo de José de Ribera en que un hombre de túnica roja emerge del tenebrismo hacia una luz acaramelada, sus dedos índice, pulgar y medio apuntando hacia arriba en aparente gesto de bendición.

Es una representación de El Salvador que data del año 1630 y me encuentro en el Museo del Prado de Madrid, mi primera visita a esta ciudad y país.

Normalmente cuando entro a los museos me atraen representaciones más seculares, pero en este recorrido parece inevitable pasar por estas pinturas que representan escenas bíblicas y habitantes del olimpo eclesiástico antes de llegar al santuario de otras colecciones que me son más cercanas. Y esta representación de Jesús como redentor es la que hace que me detenga, no por asunto de devoción sino por lo que veo en su rostro: Este hombre mira hacia el vacío, como si esquivara la mirada, y sus ojos desiguales parecen transmitir duda, vergüenza o tristeza; es un salvador que necesita que alguien lo salve.

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Dostoyevsky y la redención

Retrato de Dostoyesky por Vasily Perov Salí varias veces a caminar por las calles de San Petersburgo en una noche calurosa de julio, siguiendo los pasos de un hombre joven con un objetivo siniestro. Se proponía matar a la prestamista de empeños para robarle y liberarse de sus miserias. Su nombre Rodion Romanovich Raskolnikov, un personaje de la imaginación del novelista ruso Fyodor Dostoyevsky en la consagrada novela “El crimen y el castigo”. Hace más de una década que leí por primera vez la traducción al inglés de Constance Garnett, una inglesa que se especializó en la ficción rusa de Dostoyevsky, Leo Tolstoy y Anton Chekhov. Fui a este libro porque, por lo menos en los círculos de lectores que conocía entonces, Dostoyevsky parecía estar de moda y quise conocer su prosa y adentrarme en el libro que reinició su trayecto literario después de una época de censura y prisión. Pero después del coqueteo de los primeros capítulos encontré a Dostoyevsky igual de pesado que a Tolstoy, aunque ahora comprendo que en ambos casos yo estaba leyendo a Garnett y ese inglés tal vez victoriano de sus años más prolíficos. Abandoné la lectura varias veces, hasta que llegó otro día más reciente en que la oscuridad del San Petersburgo ficticio de la segunda mitad del siglo diecinueve logró sostener mi atención. Aquella era una vida de perros para la burguesía (tan despreciada por la historia) retratada en el imaginario de Dostoyevski bajo la Rusia de los tsares: gente en constante…

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La bendición del pastor

Uno de los pastores cuyas iglesias visité en mi exploración de temas religiosos encontró el relato que hice de mi visita a su iglesia, aparentemente porque tiene la costumbre de buscar lo que se escribe de él y su templo en la red (a este hábito narcisista le llamamos “guglear” –es decir, buscarse en Google– en el azarozo Spanglish que se nos hace imposible evitar). Recibí un correo del sorprendido pastor en que me preguntaba, así a quemarropa, si había algo más que pudiera hacer por mi alma. Propuesta interesante, diría yo, aunque igual de pretenciosa. De primer instancia, asume que mi alma necesita algún reparo (por no decir “salvación”). Pero lo que más me sorprende es que el lenguaje vernáculo de este pastor incluye la suposición inequívoca de que él puede ofrecer ese ungüento sagrado que me pueda elevar más allá de este orden terrenal de cosas. En pocas palabras, el pastor se siente poseedor de la verdad. Contesto que realmente no necesito que haga nada por mí, y explico que mi visita por su iglesia fue parte de este experimento de búsqueda en el que realmente no espero encontrar nada (imagino que el pobre pastor se rascaría la cabeza en este punto). El siguiente correo llega menos de veinticuatro horas más tarde, invitándome a una reunión en privado con el pastor. Cualquier persona que no ande buscando conversión, diría que no y terminaría el intercambio electrónico con algún saludo cortés. Pero decido ir, porque considero que todo experimento…

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El cristianismo no es lo que parece

Los noticieros del mundo amplificaron hoy el anuncio de la traducción del Evangelio de Judas, un documento antiguo que estuvo en manos de coleccionistas. La causa de alarma es que este escrito apócrifo —que no debería significar “falso” sino “secreto”— presenta una versión distinta del drama cristiano: una en la que Judas no es traidor, sino tal vez el discípulo más comprometido — porque desempeña un papel crucial y acordado para que se cumpla lo que se tiene que cumplir en la inmolación del Mesías. Esto no es nada nuevo. Hace décadas que existe una nutrida colección de evangelios apócrifos que se descubrieron en Nag Hammadi y presentaron al movimiento cristiano primitivo a través de los evangelios secretos de Tomás, Juan, e incluso María Magdalena. Se sabía que el de Judas existía. Ese era el gnosticismo de la era formativa del cristianismo, un misticismo de diversas visiones que en última instancia enfatizaba el derecho del ser humano a experimentar la verdad divina en sí mismo. En el campo del ensayo existe un libro mayormente desconocido, del escritor dominicano Juan Bosch, que me pareció brillante en su tiempo. Se titula «Judas Iscariote, el calumniado», donde Bosch presenta una trama alternativa del discípulo que las iglesias aprendieron a odiar. Allí decía Bosch que “el amor une, pero no fanatiza; lo que fanatiza es el odio”. Asunto para reflexionar. ¿Y qué tal la interpretación literaria (y visionaria) que ofrecía el novelista Nikos Kazantzakis en su obra «La última tentación de Cristo», que se…

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El espíritu de gozo en una bolera

No sabía qué esperar de los luteranos. Conocía muy poco de ellos, a pesar de que son la rama del cristianismo que se desprendió de una de las rebeliones más importantes de la historia occidental. Hablo de la Reforma que originó el teólogo Martín Lutero a partir del siglo dieciséis, cuando criticó las práctica de vender indulgencias a cambio de la salvación y cuestionó otros principios de fe dentro del catolicismo todopoderoso de la época. Es a Lutero a quien debemos todas las tradiciones protestantes que se separaron del catolicismo y es a Lutero a quien debemos la disponibilidad en idiomas de uso común del conjunto de textos que se conoce como la Biblia — base de numerosas interpretaciones, así como también (nos guste o no) de la moralidad de todas las naciones de América, muchas de Europa y otras alrededor del mundo. A Lutero, en fin, le debemos el resurgimiento del cristianismo como un movimiento mayor que el catolicismo. El luteranismo es, pues, la versión evolucionada de la fe que Lutero vislumbró cuando inició su separación de la tradición eclesiástica a la que él mismo perteneció. Pero nunca imaginé el luteranismo de esta manera, más cercano al talk show televísivo que al púlpito tradicional. Asistí hoy a la Iglesia Luterana Espíritu de Gozo (“Spirit of Joy Lutheran Church”) al este de Orlando, escogiéndola al azar para iniciar –según anticipé en una nota reciente— esta exploración del deseo de pertenecer que nos atrae desde tiempos inmemoriales a los templos. Lo…

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