Imagen de http://www.flickr.com/photos/amamosespanol/ Hace más de una semana que se anunció el resultado de la convocatoria del Primer Certamen Literario de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, pero todavía no sé exactamente cómo reaccionar. Lo que sí puedo decir es que siento mucho agradecimiento por la oportunidad que esto significa para mí y por la importancia de estas iniciativas para otros que, como yo, afanan en el anonimato por plasmar una visión de la realidad. No hay dudas de que en el mundo hispano, y en el destierro lingüístico de Estados Unidos en particular, faltan espacios para que los nuevos escritores lleguen a un público. No sé a quién culpar por ello, pero sospecho que todos tenemos parte en este asunto, por aquello de la oferta y la demanda. Se hace fácil recurrir a pasatiempos menos exigentes que la literatura y por ende creamos la percepción, que retroalimenta la realidad, de que ya no leemos. Pero esa idea me parece incorrecta y están los fenómenos de grandes ventas en libros para comprobarlo. No se debería limitar a fenómenos de ventas que haya mayor propagación de este mundo de ideas y posibilidades que es la literatura – y del cual se nutren los mismos medios audiovisuales que acaparan la atención. Y es por ello que los certámenes que aprueban y promueven una obra cobran especial importancia. En el mundo de los libros en español parecen la vía más factible para iniciarse y exponerse al juicio de un público. Este certamen…
Dejar un comentarioCategoría: escritura
“Yo siempre he sostenido que la tarea del escritor no es misteriosa ni trágica, sino que, por lo menos la del poeta, es una tarea personal, de beneficio público. Lo más parecido a la poesía es un pan o un plato de cerámica, o una madera tiernamente labrada, aunque sea por torpes manos”. –Pablo Neruda. Una de mis primeras experiencias con el fenómeno de los escritores que se publican a sí mismos se dio cuando empezaba mi carrera periodística y andaba de asignación por la Roosevelt Avenue en el Queens hispano de Nueva York. Hacía una de esas encuestas informales en las que repetíamos la misma pregunta sobre algún tema latinoamericano a unas diez personas, les tomábamos fotos y luego publicábamos una selección en el diario del siguiente día. Rara vez los encuestados sabían de qué hablaban. Cuando uno se encontraba con un transeúnte informado dedicaba más tiempo a la conversación. En esta ocasión fue un hombre de barba, bigote y pelo largo –todo un Jesucristo de lentes y baja estatura– que acababa de salir de una bodega vulgar en una esquina cualquiera. Pero el tipo hablaba de manera coherente y en oraciones completas. Le pregunté a qué se debía que estuviera tan bien informado. Su respuesta: “Soy un escritor.” Esto dio pie a que él me contara de sus escritos y a que me pidiera que, de ser posible, los mencionara en mi artículo. Quería publicidad. Antes de que le pudiera decir que no, desapareció de mi vista diciendo…
12 comentariosEn menos de dos minutos este sitio puede desaparecer. Puedo entrar al panel de control y escoger una opción para borrar de una vez lo que he escrito en años. Semanas después, se esfumaría mi rastro de los buscadores de internet. O así parecería. En esta era digital es tan fácil publicar como lo es borrar, aunque sea en apariencia. Es tan fácil redactar como lo es editar, sin dejar un claro registro de las alteraciones a un escrito. Esto tiene implicaciones. Una de ellas es que la palabra escrita deja de tener el mismo peso de antes. ¿O será de esta manera? Entremos en detalle. La mayoría de las plataformas de publicación incluyen un procesador de texto donde se escribe, se edita, se determina el formato, y de una vez se envía lo escrito. Todo ello más rápido y conveniente, y por tanto más revolucionario, que las imprentas de Gutenberg. Estas funcionalidades unen en un solo proceso algo que antes implicaba varios pasos para el redactor: pensar la idea, escribirla, editarla, enviarla, diagramarla, imprimirla, y, una vez impresa, aceptarla como un documento que podía descartarse o archivarse, que podía tacharse o subrayarse, pero no cambiarse con igual facilidad. El escritor actual puede entregarse a la tentación de publicar de manera instantánea y sólo después darse cuenta de que le falta o le sobra puntuación; de que las palabras son imprecisas o las oraciones son chuecas; o de que se publicó una barbaridad. El escrito se puede editar y moldear…
12 comentariosAntes de conocer a René Rodríguez Soriano conocí sus palabras, leyendo unas columnas que publicaba sobre asuntos literarios. Uno sabe por la calidad de las oraciones cuando alguien ve al lenguaje como algo más que una herramienta. Hay un cuidado especial en cómo una palabra lleva a la otra y cómo todo ello busca un sentido que a veces es demasiado personal para ser claro. Por eso inicié una correspondencia con él que me llevó a descubrir sus escritos –sobre todo sus cuentos– y después de eso hemos cruzado caminos un par de veces. A mi juicio, Rodríguez Soriano es un ente literario que sueña, desayuna, respira y suspira palabras todo el día. Todo lo demás es secundario, a menos que encuentre expresión a través del lenguaje. Esa impresión queda cuando uno le lee — que más allá de cualquier trama, de cualquier estructura literaria, está el esmero de la expresión. Su última novela «El mal del tiempo» se ha publicado recientemente, tras reconocérsele con el Premio de Novela UCE 2007, otorgado por la Universidad Central del Este en República Dominicana, el país que es nuestro común punto de origen. Esta novela, que se presenta a manera de diario de un personaje –o colectividad, según el autor– llamado Javier, incursiona en temas de la sociedad dominicana y su disfunción, como la describe así en uno de los apuntes del diario: “Mi pueblo es una ilusión, es algo y no es nada. Mi pueblo está dormido, hundido, confundido, engañado, maltratado, alienado.…
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