Retrato de Dostoyesky por Vasily Perov Salí varias veces a caminar por las calles de San Petersburgo en una noche calurosa de julio, siguiendo los pasos de un hombre joven con un objetivo siniestro. Se proponía matar a la prestamista de empeños para robarle y liberarse de sus miserias. Su nombre Rodion Romanovich Raskolnikov, un personaje de la imaginación del novelista ruso Fyodor Dostoyevsky en la consagrada novela “El crimen y el castigo”. Hace más de una década que leí por primera vez la traducción al inglés de Constance Garnett, una inglesa que se especializó en la ficción rusa de Dostoyevsky, Leo Tolstoy y Anton Chekhov. Fui a este libro porque, por lo menos en los círculos de lectores que conocía entonces, Dostoyevsky parecía estar de moda y quise conocer su prosa y adentrarme en el libro que reinició su trayecto literario después de una época de censura y prisión. Pero después del coqueteo de los primeros capítulos encontré a Dostoyevsky igual de pesado que a Tolstoy, aunque ahora comprendo que en ambos casos yo estaba leyendo a Garnett y ese inglés tal vez victoriano de sus años más prolíficos. Abandoné la lectura varias veces, hasta que llegó otro día más reciente en que la oscuridad del San Petersburgo ficticio de la segunda mitad del siglo diecinueve logró sostener mi atención. Aquella era una vida de perros para la burguesía (tan despreciada por la historia) retratada en el imaginario de Dostoyevski bajo la Rusia de los tsares: gente en constante…
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Fotografía “Entre el cielo y la tierra”, usada con licencia de Creative Commons, cortesía de Carol. En lecturas recientes he notado algo que tal vez sea obvio para los estudiosos de estos asuntos, pero es nuevo para mí: la literatura parece estar globalizándose a la par con la porosidad de las fronteras –sean éstas físicas o culturales– de la época contemporánea. Nada tiene de extraño que un personaje judío empiece su historia en Austria, traspase Europa, pase por Cuba y desembarque en Nueva York, como sucede en “Otra vez adiós” de Carlos Alberto Montaner. O que un personaje colombiano se encuentre arrestado en Bangkok y que su hermana se escurra de Tokio a Teherán en busca de algo elusivo que llamamos felicidad en la novela “Plegarias Nocturnas” de Santiago Gamboa. Ni que un Adam Johnson, el escritor estadounidense que ganó el Pulitzer este año por “The Orphan Master’s Son”, desarrolle una trama que transcurre en Corea del Norte, con algunos episodios en Japón, en Estados Unidos y en Corea del Sur. Tampoco que Jonathan Franzen envíe a uno de los personajes de su prototípica familia estadounidense a Lituania para arrojar una pizca de acción a “The Corrections”. Y ya sabemos como el chileno Roberto Bolaño escribió una especie de novela sin país en “Los detectives salvajes”, poblada de demasiadas voces, influencias y lugares. Aunque esa ficción se da inicialmente en el contexto geográfico de México, y dentro un mayor círculo de la cultura latinoamericana, uno puede palpar el trasfondo de…
1 comentarioAl acercarme a Beatriz, el libro más reciente del narrador dominicano Rubén Sánchez Féliz, yo sospechaba que me adentraba en una novela romántica, al estilo de la María de Jorge Isaacs con su obsesión amorosa y descripciones idílicas. Bastó con leer las primeras páginas para saber que me equivocaba si me dejaba guiar únicamente por su título. Sánchez Féliz nos lanza en medio de una escena confusa en la que tres hombres huyen — de quiénes o de qué no se sabe todavía — e irrumpen en una casa buscando refugio hasta que pase “el peligro”. El niño que nos cuenta los sucesos solamente llega a adelantarnos “que en mi casa han colocado una bomba de tiempo”. Hay que seguir leyendo para conocer en su voz las calles acaloradas de su barrio y recibir poco a poco los detalles necesarios para armar el resto de la historia. El relato se centra en gente humilde que malvive bajo el supuesto orden de un gobierno dominicano que no admite retos. Nos vamos enterando, entre lo que dicen o callan los personajes, que jugar a la política en ese ambiente es entrar en un callejón sin salidas y que, como dice el papá del narrador, en esas circunstancias “la vida de un hombre no vale una mota”. La Beatriz que da nombre al libro, aunque apenas participa de la historia, está al centro de la resistencia política y casi llega a representar a otras mujeres que no vemos ni oímos porque ocupan esos…
10 comentariosFoto cortesía de Vincent Steurs, usada con licencia de Creative Commons. Dedicado al profe Gerardo Piña-Rosales. “Grande fue la derrota del hombre; grande su victoria. La ciudad está aún blanca; blanca y helada toda la bahía. Ha habido muertes, crueldades, caridades, fatigas, rescates valerosos. El hombre, en esta catástrofe, se ha mostrado bueno”. José Martí, «Nueva York bajo la nieve», 15 de marzo, 1888. «Escenas norteamericanas. Obras completas», Vol. 1. La Habana: Editorial Lex, 1946: 1879. Hace años que nieva sobre Nuevayor y todavía no para. Los primeros copos cayeron poco después del desastre, cuando todavía corrían los cuerpos desalmados entre la atmósfera turbia de Manhattan. Algunos dijeron que lo que parecía una nevisca inoportuna era el efecto del humo que ahogó a las nubes esa mañana, porque hasta esa hora el pavimento se ensanchaba con el calor típico de cualquier fin de verano, emitiendo un vapor que cocinaba la voluntad. El sol era un punto de luz que succionaba las pupilas. La brisa solamente un recuerdo. Empezó a nevar. Los primeros en notarlo fueron los bomberos que acudieron al sitio del desastre, cuando miraron hacia arriba, al negro boquete de la torre fulminada, y el vértigo les hizo creer que un rayo la partía en dos, igual que sucedía en los íconos del tarot. Algunos cristalitos de hielo se les desbarataron en las caras, como los cuerpos que se dispersaban en explosiones atómicas al clavarse en el pavimento. Era de esperarse que se confundieran esos primeros copos de…
7 comentariosAl ver hace unos días la película “Hugo” de Martin Scorsese me quedé pensando sobre el papel que juega el creador, o sea el director de cine, o sea el escritor, o sea el poeta, o sea el pintor, o sea el escultor, o sea aquel que imagina historias, personajes y escenas y las plasma en algún medio con la esperanza de que otros las descubran. Crear no es necesariamente expresar algo nuevo, sino en gran manera revestir de nuevas formas lo que siempre estuvo ahí. Es en muchos casos renovar alguna visión básica sobre lo que es el ser humano. Esta película –cuyas representaciones de la ciudad de París de la primera mitad del siglo pasado son arrebatadoras en la versión de 3D– logra expresar en la persistencia de un huérfano algo muy sencillo, a la vez que guiña un ojo al que se interese en el arte de la creación. Habla del papel de los creadores como atrevidos predigistadores, visionarios que de alguna manera intuyen que el arte no es solamente entretenimiento. La película, basada en la novela gráfica «La invención de Hugo Cabret» de Brian Selznick, también nos dice que todos estamos aquí para alguna razón — aunque esta sea hija de la misma imaginación que enriquece nuestras vidas. Gracias por visitar Libro Abierto. Para subscribirse a futuras publicaciones, escríbanos a libroabierto@vmramos.com.
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