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Categoría: filosofía

La abundancia ya presente

Se habla a veces del epicureísmo en referencias de paso cuando se relatan los placeres de la buena comida y bebida, quizás de lujos que uno se da, o de la actitud del turista que se detiene a mirar y apreciar algún paisaje pintoresco. O sea que se entiende que ser epicúreo corresponde a complacerse.

Sucede que tal como el estoicismo, la filosofía opuesta, no consiste simplemente en negarse los placeres, tampoco es el epicureísmo algo tan simple como el hedonismo desenfrenado. Pero estas maneras de ver la vida no representan tanto visiones opuestas como complementarias y hay en ambas mucho de la otra: el estoicismo se ha puesto de moda en la última década y tal vez le vaya tocando pronto el turno a esta otra tendencia.

La búsqueda filosófica en sus orígenes no perseguía la búsqueda éxito, como suele suceder cuando se populariza una tendencia, sino investigar y entender cómo vivir bien. Epicuro de Samos (de quien se deriva el nombre de la filosofía) buscaba allá entre los siglos tres y dos antes de la era moderna ese tipo de felicidad minimalista que no encajaría muy bien con una cultura de excesos. Sus enseñanzas y máximas llegan a nosotros mayormente a través de otros, pero se pueden presentar con una sentencia breve que se le atribuye: “El que no está satisfecho con poco no estará satisfecho con nada”.

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‘La verdad es un camino sin senderos’

Dicen que cuando el alumno –o el discípulo– está listo, el maestro aparece, pero no nos quedemos ahí. Estaba este que escribe en ese estado de ánimo, tal vez su juicio influenciado por una gripe invernal, cuando por allá a inicios de los noventa puso el canal de acceso público de la televisión por cable en Manhattan y vio venir a este hombre de edad mayor, pelo blanco, caminando firme hacia el frente de una multitud, donde le esperaba solamente una silla de espalda dura y un micrófono. Me llamó la atención este maestro, no tanto por lo que decía, porque en principio me costó entender su mezcla de acento inglés e indio, sino por la intensidad e intencionalidad en su rostro. Capturé algunas frases, muchas de ellas sobre cuestiones como estas que parafraseo a mi manera: ¿Qué es la paz? ¿Es meramente la ausencia de guerra? ¿Qué es la violencia? ¿No es la no-violencia otra forma de violencia? ¿Es el pacifismo estar opuesto a la violencia? ¿Es el bien el opuesto del mal? ¿O es el bien algo completamente diferente? ¿Y qué es la sociedad? ¿No es la sociedad una proyección de nosotros mismos? Este señor cuya presencia y preguntas me habían desarmado era Jiddu Krishnamurti y tendría en mí un impacto que yo consideraría significativo, aunque no tal vez en esa manera de maestro-discípulo que a veces añoramos. Me han regresado sus preguntas en estos días de polarización política y de grupos e intereses que se interponen en…

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Los límites del absurdo

Vamos por los días y las noches arrastrando los mismos objetos y ejercitando algunas rutinas que nos dan una ilusión de continuidad a la que llamamos vida, y hacemos planes e imaginamos el futuro con cierta convicción de permanencia, aunque la realidad dura sea otra. En cualquier momento una de las piezas de esa estructura que simula una máquina de Rube Goldberg — aquellas entelequias que complican las tareas más simples, pero a la vez las hacen más interesantes — se va a pique y quedamos a la deriva, expuestos a aquel engranaje que otros llamaron “el absurdo de la vida”, o en otros términos más corrientes ese “lento y pesado ir y venir a los pesqueros” que el personaje Juan Salvador Gaviota de Richard Bach asociaba con el sinsentido. Aquí podríamos escoger entre el existencialismo desesperado de Jean-Paul Sartre, que nos habla de un universo darwiniano y nauseabundo en el que no somos ni significamos nada; el compromiso que pensó Søren Kierkegaard, en que podemos darnos el permiso de “un salto de fe” para explicar lo inexplicable y operar desde una hipótesis filosófica o religiosa del mundo; o una visión como la de Albert Camus, que propone que a pesar del sinsentido y la constante amenaza de la muerte nos ocupemos de crear nuestros propios significados, algo así como si nos riéramos en la cara de la muerte. No puedo entregarme de lleno a ninguna de estas visiones, aunque veo el valor de todas ellas. Para mí hay verdades,…

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Dostoyevsky y la redención

Retrato de Dostoyesky por Vasily Perov Salí varias veces a caminar por las calles de San Petersburgo en una noche calurosa de julio, siguiendo los pasos de un hombre joven con un objetivo siniestro. Se proponía matar a la prestamista de empeños para robarle y liberarse de sus miserias. Su nombre Rodion Romanovich Raskolnikov, un personaje de la imaginación del novelista ruso Fyodor Dostoyevsky en la consagrada novela “El crimen y el castigo”. Hace más de una década que leí por primera vez la traducción al inglés de Constance Garnett, una inglesa que se especializó en la ficción rusa de Dostoyevsky, Leo Tolstoy y Anton Chekhov. Fui a este libro porque, por lo menos en los círculos de lectores que conocía entonces, Dostoyevsky parecía estar de moda y quise conocer su prosa y adentrarme en el libro que reinició su trayecto literario después de una época de censura y prisión. Pero después del coqueteo de los primeros capítulos encontré a Dostoyevsky igual de pesado que a Tolstoy, aunque ahora comprendo que en ambos casos yo estaba leyendo a Garnett y ese inglés tal vez victoriano de sus años más prolíficos. Abandoné la lectura varias veces, hasta que llegó otro día más reciente en que la oscuridad del San Petersburgo ficticio de la segunda mitad del siglo diecinueve logró sostener mi atención. Aquella era una vida de perros para la burguesía (tan despreciada por la historia) retratada en el imaginario de Dostoyevski bajo la Rusia de los tsares: gente en constante…

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El estoicismo no es lo que parece

Hay muchas cosas en la vida que no se pueden controlar, entre ellas ese gran vacío que llamamos futuro. ¿Por qué ocuparse de ellas si están fuera de la propia esfera de acción? Tanto desear como rechazar lo que no se puede poseer o impedir es generar frustraciones. Tiene sentido contemplar las consecuencias de las propias acciones antes de irse por un camino, pero una vez escogido hay que pagar el precio. Estos consejos de sentido común los he encontrado en una interpretación de las enseñanzas de Epícteto, un filósofo griego de los que pertenecían a la escuela del estoicismo a principios del primer milenio de la era común. Me ha sorprendido la lectura porque la noción generalizada del estoicismo es una caricatura de personas reprimidas y de gran tolerancia al sufrimiento. Es cierto que en su propuesta hacia una vida virtuosa y desapasionada Epícteto y los estoicos se alejan de la conducta impulsiva, pero eso es en busca de un propósito que le sería común a cualquier profeta de la autoayuda: la felicidad. Se me ocurre que, de vivir Epícteto en nuestros días, y de poner un buen plan de promoción para sus ideas, sería un hombre muy afortunado. Hay un gran mercado para ese tipo de libros que prometen solucionar los conflictos y la angustia del diario vivir, particularmente si se dividen en un número específico de claves o pasos. Epícteto me parece una alternativa para quienes no apetecen a los gurúes de moda pero entienden que hay…

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