Era yo de los lectores que, lápiz en mano, tomaba un libro y marcaba sus errores. Rayaba las faltas que encontraba con entusiasmo, así se tratara de asuntos pequeños como un signo de puntuación o más notables como un caso de ortografía atroz o el uso de alguna oración de pensamiento perezoso. No lo hacía por malicia, sino por un celo exagerado hacia la buena escritura. Pensaba yo que un escrito publicado, sobre todo de poesía o ficción, debía ser la culminación de ideas, imágenes y expresiones depuradas hasta su esencia, como una escultura o pintura bien trabajadas. No toleraba muy bien los libros chapuceros. Era en ese sentido como el viejo corrector de pruebas, de un cuento cuyo título y autor ahora no recuerdo, que se regocijaba al retocar alguna oración, poniendo el signo de puntuación que faltaba en la obra de un escritor talentoso a quien le tocaba leer como profesional. Sabría al ver el libro publicado que esa era su coma, o su punto, o su acento, en una novela que en otros sentidos era perfecta. Pero en los hechos el proceso de publicación está plagado de oportunidades para que se hagan cambios y alteraciones a la ligera mientras una obra pasa de mano en mano. Esos cambios tanto pueden mejorar la obra como dañarla, sin que sepa el lector. Hay casas editoriales, agentes, correctores y editores de mucha sensibilidad y cuidado, por supuesto, pero hay otros en la industria del libro que usan correctores automáticos para…
10 comentariosCategoría: libros
Me crucé el otro día con un viejo libro que iba camino a la basura y, como es ya vieja costumbre, lo rescaté. Consiste de un compendio escrito por un bibliotecario sobre los que él considera los mejores quinientos libros del mundo que uno debe leer. Es una lista de lectura. Dice el autor Phillip Ward, en su «A Lifetime’s Reading; The World’s 500 Greatest Books», que la lectura vale la pena porque: “No es solamente conocimiento que obtenemos de los libros pero, si lo hacemos en la manera apropiada, tal vez también alguna medida de sabiduría.” Basta con hojear el libro para toparse con un desfile de clásicos de la literatura mundial como «La guerra y la paz» de Leo Tolstoi, las «Obras completas» de Federico García Lorca, «La familia de Pascual Duarte» de Camilo José Cela, «El sonido y la furia» de William Faulkner y «La náusea» de Jean-Paul Sartre. La lista sigue… Pero me detengo y hago una operación aritmética en mi cabeza. Y recuerdo el otro día a un amigo que expresaba cierta ansiedad porque hay tantos libros que debería leer, antes de ponerse a su aspiración de escribir, y de no saber ni siquiera por dónde comenzar. Aun si yo usara todos los años que me quedan de una deseada larga vida se haría imposible leer todas estas obras sin dejar de vivir en otros sentidos. Tendría que prescindir de otras actividades, de la aventura de la vida a la que los mismos libros nos…
4 comentariosEste es el discurso pronunciado esta noche en el acto de presentación del premio por el Primer Certamen Literario de la Academia Norteamericana de la Lengua a mi novela «La vida pasajera». Lo comparto aquí con aquellos de ustedes que no pudieron participar del acto en muestra de agradecimiento al apoyo recibido por este medio de alcance global. Ahora que la novela estará a la disposición de quienes quieran adquirirla, a través de la Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, espero que esta sea de su gusto y que compartan conmigo su apreciación de la misma por estas páginas. Un saludo cariñoso desde Nueva York. Queridos amigos. Gracias por acompañarme esta noche en ocasión de la publicación de mi novela. Quisiera hablar un poco de lo que significan las palabras en este sospechoso arte de la escritura, pero lo voy a hacer a través de historias que se entrelazan a mi propia vida. La tarde soleada que salí de República Dominicana llevaba muy pocas pertenencias en mi maleta. Mis familiares en Nueva York me habían instruido a que dejara todo, excepto la ropa que llevaba puesta y algunos artículos de primera necesidad. Esto me puso en la difícil situación en la que se encuentran todos los que emigran, especialmente si saben que el regreso se va a dificultar (que es lo que casi siempre sucede). Tienen – o tenemos – que escoger qué partes de la vida que queda atrás ocupará el preciado espacio del equipaje. Aún a…
6 comentariosBuscaba yo noticias de la comunidad hispana en una nueva ciudad cuando vi un aviso sobre unas reuniones en las que se hablaba, en español, de libros. Un club del libro en torno a obras de ficción. Fui con mi cuaderno y lapicero – las temibles armas de mi profesión – a la librería donde se reunían con la idea de escribir una nota ligera. Pero entré por la puerta como periodista y salí hecho miembro del grupo. Intenté pasar toda la reunión jugando mi papel de mosca pegada a la pared – así describimos a veces los periodistas nuestro rol silente y desapegado en eventos que cubrimos –, mientras tomaba apuntes de una discusión muy animada sobre «Memorias de mis putas tristes», una novela corta que Gabriel García Márquez acababa de publicar por esos días. A diferencia de otros temas de política y demás – en los que logro observar con buen desapego – en este asunto se me hacía imposible mantener la distancia, sobre todo por la manera en que los participantes relacionaban las historias con sus propias vidas, y cómo se revelaban a la luz de la experiencia literaria. Como una señora mayorcita, más fácil de imaginar sentada en los bancos de dura madera de alguna iglesia, que esa noche defendió el derecho de las putas a ser putas. O un ex-profesor latinoamericano, desempleado en el exilio, que relacionaba aquella novela a la de Vladimir Nabokov y el posible deseo de García Márquez de darle a esa…
8 comentariosHace poco empecé una lista de obras de ficción que estaba leyendo porque, como el típico lector de varios libros a la vez, a veces pierdo la noción de cuántos llevo iniciados. Este deseo de establecer orden me llevó a descubrir una nueva obsesión, similar a la de los hobbies que muchas personas ponen en sus pérfiles biográficos como puntos definitorios de sus personalidades. Seguí hasta incorporar títulos leídos el año pasado, y el antepasado, y así en lo sucesivo – hasta terminar con una suerte de catálogo de mi lectura de ficción. La primera observación que resultó de este extraño ejercicio fue que en promedio leo unas doce novelas por año, o sea una por mes, aunque mi lectura suele ser simultánea entre una novela en español y otra en inglés, que voy alternando con algunos otros libros de prosa periodística o académica, alguna colección de cuentos y uno que otro libro de poesía. Esto sin contar los periódicos y revistas ni los blogs que me son de interés. También noté que muchos libros que tengo que leer, ya sea porque quiero leerlos o porque son imprescindibles en la formación de cualquier lector-escritor, no los he tocado. Esto último llevó a una expansión del proyecto. He agregado más de una docena de títulos a la lista de pendientes, que sigue creciendo. He anotado los que tengo empezados, los que abandoné y hasta los países de orígenes de los autores en una hoja de trabajo como las que usaría un…
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