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Categoría: literatura

El grito desgarrado de Reinaldo Arenas.

La carátula de esta edición de «Antes que anochezca» presenta una fotografía de un Reinaldo Arenas viril y despeinado que divisa a lo lejos con intensidad, sin fingir una sonrisa. Es un hombre de mirada trágica, pero altanera. Le delata el pelo revuelto y la verruga anarquista detrás de la oreja. No he leído memorias como estas – y, de seguro, no las hubiera leído en otros tiempos, o de saber siquiera las minuciosidades de lascivia y tragedia a las que me iba a llevar este escritor. Es una obra rabiosa. Pero también es una obra orgiástica, incómoda para los que somos del sexo convencional. Es una declaración de la más abierta homosexualidad, pero no es sólo eso. Es también un testamento de dignidad a pesar de todas las indignidades. Es un libro que no complace a muchos bandos. Ofende a la derecha por su promiscuidad, un reto declarado a los guardianes de cualquier moral. Ofende a la izquierda por su condena del caudillismo de Fidel Castro y la crueldad de su comunismo. Ofende a los capitalistas por la crítica de su grosera afición al dinero. Ofende al exilio cubano en “El Mierdal” de Miami por lo que expresa como la brutalidad de su resentimiento, aunque este fuere justificado. Ofende a los ideólogos, a los escritores y a los intelectuales que justifican la maldad. Ofende a la vida misma, por la manera en que el autor desea, al fin, el abrazo de la muerte. Es una autobiografía –hecha película en…

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McDonald's descubre a Macondo.

La exageración maravillosa del realismo mágico podrá ser cosa del pasado –esplendoroso, pero aun pasado– en la literatura hispana, pero en Estados Unidos es la sensación. Ello se debe a una extraña intersección entre la cultura popular y la literatura. Y a un autor: Gabriel García Márquez. El famoso escritor colombiano está de moda. Su novela «El amor en los tiempos del cólera» encabeza la lista de los más vendidos, tanto en español como en inglés. Su «Cien años de soledad» es de los libros favoritos de los hispanos en Estados Unidos. Y su más reciente «Memorias de mis putas tristes» no se queda atrás. ¿Por qué esta fascinación que llega con veinte a treinta años de atraso? Es muy sencillo: Oprah descubrió hace poco la prosa lírica de García Márquez. Y libro que la reina del talk show bendice es libro que se consagra en el mercado estadounidense. Hollywood también ayuda, con el traslado al cine de «El amor en los tiempos del cólera». Es buena noticia para los que apreciamos la literatura en español, pero a la vez es un signo de la falta de reconocimiento de esta en el mundo anglosajón. Es una oportunidad para abrir puertas y ventanas — y que así como fluyen influencias de norte a sur, haya una retroalimentación que nos enriquezca a todos. Gracias por visitar Libro Abierto. Para subscribirse a futuras publicaciones, escríbanos a libroabierto@vmramos.com.

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Jugar Pokémon con las palabras.

Hará algunos diez años que la palabra Pokémon entró a mi vocabulario, y todavía no sé lo que significa. Mi trabajo consistía en investigar y escribir sobre las escuelas y la educación. Estaba en contacto con administradores de distritos escolares, maestros, padres y, de vez en vez, los mismos estudiantes en torno a quienes giraba el sistema. Una de mis fuentes me habló de Pokémon. Era un nuevo juego de origen japonés, toda una sensación entre los niños de primaria e intermedia cautivados por el mundo de ánime: unos dibujos animados y etéreos que parecen habitar un plano paralelo al nuestro. El Pokémon, según lo entendí entonces, consistía de una serie de tarjetas, similares a las que contienen las fotos y estadísticas de jugadores de béisbol. Pero estas cartas, me explicaron, eran la clave hacia un mundo de fantasía. Eran algo así como las fichas de identificación de seres imaginarios. Ahora ese mundo se extiende a videojuegos, dibujos animados, peluches, y cualquier otra cosa que se pueda vender. Particularmente recuerdo al Pikachú — un ratoncito gracioso y sonriente que vive en las selvas, los planos y, con frecuencia, cerca de las plantas de generación eléctrica de muchos lugares del mundo. Según el saber del Pokémon, un grupo de estos animalitos sobrenaturales puede generar una tormenta eléctrica. Archivé el asunto en la memoria, aunque más de una vez consideré escribir sobre el fenómeno cultural. Algunas escuelas prohibían las tarjetas porque distraían demasiado a los niños y porque el intercambio de estas…

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El porqué de un pseudónimo.

Pocos saben quién fue Ricardo Eliecer Neftalí Reyes, pero muchos más reconocen a Pablo Neruda. Era el mismo escritor chileno, recurriendo al pseudónimo para ocultarse y revelarse a la vez. Igual que lo hizo Mark Twain, el satirista estadounidense cuyo nombre de pila era Samuel Langhorne Clemens. O como George Sand, la novelista francesa que cambió Amantine Aurore Lucile Dupin por ese mote masculino en una época que no favorecía a las mujeres. Tal y como Toni Morrison sirvió de alias a Chloe Anthony Wofford. Podría citarse muchos más para decir lo obvio: Muchos escritores han sentido la necesidad de crear una identidad narrativa que les permitiera una expresión más libre. Así, Lucía de María del Perpetuo Socorro se convirtió en Gabriela Mistral. O Marie-Henri Beyle se resumió con un simple Stendhal; tal como Voltaire prefirió una sola palabra al nombre heredado de François-Marie Arouet. Hubo escritores y artistas que se disiparon desconocidos, con todo y sus nombres creados. Más que pseudónimos, que literalmente significa “nombres falsos,” hablamos de lo que los franceses denominaron “nom de guerre” y que los ingleses cambiaron a “nom de plume”. No se trata de engaño, sino más bien del trascender simbólico de la propia personalidad. Además, no es nada curioso que alguien que tenga como instrumento las palabras dé cierta importancia a las que se convertirían en representación de su obra. Hay muchas consideraciones que favorecen o contradicen este anonimato. El autor que usa pseudónimo renuncia a una parte de sí mismo para forjar…

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Soñar lo imposible.

La primera vez que vi el musical «Hombre de la Mancha» («Man of La Mancha») me pareció repulsiva la distorsión significativa de una obra como Don Quijote. La próxima vez fue una de esas madrugadas en las que, agripado, mi cuerpo estaba dispuesto a tolerar cualquier cosa, excepto el sueño. Hubo tercera y cuarta veces porque llegué a encontrar en este traslado al cine de la representación teatral un poder de renovación que habla mucho de la buena literatura. Los personajes memorables, como sin dudas lo es el caballero andante de La Mancha, trascienden su obra porque en verdad preceden a la obra. Son independientes de ella. Son prototipos de ideales humanos que bien podrían desprenderse hasta nosotros desde ese mundo de ideas que formuló Platón. Por ello son reales en otro plano, aunque nunca existieron en el mundo de los sentidos. Eso explica por qué la distorsión de la obra en aquel musical magistral –filmado en 1972 bajo la dirección de Arthur Hiller y con la actuación de Peter O’Toole y Sophia Loren– encarna todavía la misma fuerza que le ha dado vida a este personaje milenario. Es como ver a Don Quijote contado desde el punto de vista de Broadway, con ciertas afectaciones de ese ambiente y de la cultura anglosajona, pero con el mismo vigor de aquella entidad que conocimos primero a través de la pluma de Miguel de Cervantes. El clímax de esta representación se da con la sentida interpretación de la canción «The Impossible Dream»…

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