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Categoría: poesía

Odiseo

No hay que leer los veinticuatro cantos del poema clásico griego para saber qué es una odisea. Ni siquiera hay que conocer que existe esa obra de Homero para entender el término, aceptado en los diccionarios de los idiomas de Occidente, como un viaje literal o figurado que evoca exploración, aventura y conquista.

Yo conocía la Odisea por las versiones resumidas que se citaban en estudios secundarios y universitarios y uno que otro fragmento que había leído aquí o allá como la historia de un viaje heroico en que su protagonista se sobreponía a obstáculos fantásticos para regresar al hogar.

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Rilke sobre los rieles

Sentarse en el tren con demasiados pensamientos en la cabeza y ceder, palabra por palabra, a las imágenes tan simples que parecen ciertas de una poesía. Allá a lo lejos espera la muerte al final de un túnel. O eso dicen. El que escribe propone dedicar su vida al deseo y a protestar el dolor, y el que lee se da cuenta que de ninguna otra cosa trata todo lo que se ha escrito hasta entonces. Ni lo que se escribirá. Está enganchado. Este no entiende esta musicalidad, traducida del alemán de Rainer Maria Rilke, porque parece una serie de notas que existen aparte y que se suceden como una simple enumeración de cosas, sin que una expresión tenga que ver con la otra. El conjunto tiene una coherencia que se recibe a pesar de la traducción y sus vueltas. Estos son poemas viejos, antiguos, prehistóricos. Preceden la existencia del lector, y, más allá, la del poeta. Estoy leyendo en inglés, una traducción de Herter Norton, pero luego encuentro esta versión en español, muy diferente a la re-traducción literal que a mí se me ocurría. Otra vez huele el bosque,se ciernen las alondras, elevándosecon el cielo, que estaba pesado en nuestros hombros;cierto es que se veía por las ramas el díaqué vacío que estaba;pero tras de lluviosas tardes largasvienen las horas nuevas,soleadas de oro,huyendo de las cuales, en fachadas lejanas,todas las desgarradasventanas temerosas agitan sus batientes. El tren ha llegado a la estación de la avenida Jamaica en Queens, y…

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Argénida Romero, echando raíz en poesía

Leer es recrear lo escrito, sobre todo cuando se trata del lenguaje íntimo y muchas veces oscuro de la poesía. Por eso cuando uno lee y atribuye significados vale preguntarse si leyó lo que quiso decir la voz interna detrás de esas oraciones, o si leyó lo que uno quiso leer. Esto aún más cuando uno conoce a la persona que los escribió y esa lectura está marcada por la amistad. Hace años que trato con Argénida Romero, aunque no creo que hayamos pisado el mismo pedazo de tierra a la vez. De alguna manera nos encontramos por esos senderos comunes de las letras y los medios y nos hicimos amigos, como se puede ser amigos a través de largas distancias. Por eso creo ver algunos motivos tras sus versos, por lo que sé de ella y de sus intereses. Pero con la publicación de su poemario “Arraiga”, obra con la que se le declaró ganadora del Premio Joven de Poesía de la Feria Internacional del Libro de 2013 en Santo Domingo, República Dominicana, intenté leerla — más bien, releerla — como si no conociera su pensar. Encontré en el libro a una niña que nos mira, y sobre todo se mira a sí misma, desde el tiempo “cuando cantaban los grillos” y “la vida cabía en el jardín”. Encontré en sus palabras una lucha entre el ayer y la necesidad de encontrar un presente firme. En el poema que da título al libro parece que lo logra cuando su…

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Poesía en medio del camino

En los momentos difíciles mucha gente recurre a la oración, pero yo me refugio en la poesía. Es una práctica que adopté de casualidad por haberme cruzado más de una vez con algún verso que en ese momento correspondía a alguna inquietud que me agitaba. No sé cuando lo empecé a notar porque mi lectura de versos es mínima en comparación al tiempo dedicado a otros géneros, pero puedo decir que las palabras precisas de algún verso me han caído como un baño de agua fresca en lugares inesperados, caminando tal vez por una estación del subterráneo de Nueva York y encontrándome con uno de esos cárteles de la campaña de “poesía en movimiento” que hace un par de décadas inició alguna persona genial dentro de la autoridad de tránsito. Como estos versos de la estadounidense Tracy K. Smith, una poeta a la que hasta ese momento desconocía, pero cuyas palabras aparecían en el dorso de una MetroCard (la tarjeta que usan los neoyorquinos para pagar la tarifa de entrada a los trenes), y que yo mal traduzco aquí: Cuando algunas gentes hablan de dinero Hablan como si éste fuera un amante misterioso Que salió a comprar leche y nunca Regresó, y me hacen sentir nostalgia De los años en que yo vivía de pan y café, Hambrienta todo el tiempo, caminando a trabajar en días de pago Como una mujer viajando hacia el agua Desde una villa sin pozo, viviendo entonces Una o dos noches como todos los demás…

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Buscando a Mistral, segunda parte

Hace poco compartí mi excursión tras los pasos de la poeta chilena Gabriela Mistral, aquella averiguación que emprendí, persiguiendo quizás algún resquicio hacia la materia prima de su literatura en este pedazo de Estados Unidos que ella habitó. Como lector, como juntador de palabras al fin, me ha dado por visitar sitios conocidos por estos genios de las letras cuando me entero de ellos, cazando los fantasmas detrás de sus escritos. Así he contado por aquí mis visitas a espacios que acogieron a los poetas Walt Whitman y Luis Cernuda, y compongo ya en mi mente una lista de otros que están a mi alcance y que me intrigan. El caso de Mistral lo tenía en mente por varios años y, como ya relaté, sentí el impulso de satisfacer mi curiosidad una tarde cualquiera. Pero he de recordar a quienes me lean que los escritos que pongo aquí no se someten a las revisiones y verificaciones del rigor académico y no siguen ningún orden necesariamente lógico. Rara vez los reviso más allá de dos o tres lecturas. Son rastros alfabéticos en la arena del tiempo y nada más. Por eso me bastan unos datos básicos para dar rienda suelta a mi curiosidad y escribir luego de estas experiencias reales o imaginarias (también reales). Así llegué a la anécdota que conté sobre mi visita adonde vivió y murió Mistral en esta isla larga de Long Island que he contado entre mis hogares. Pero resulta que no soy el único que ha…

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