Mike tiene manos que parecen mantarayas y sus dedos abarcan los de uno al saludar. Me doy cuenta al despedirme. La primera parte del trayecto fue sin palabras, hasta que la conversación se inició como es común: comentando del clima. Vivió antes en California, donde el calor también es intenso pero la humedad no es tan molestosa. Es de un pueblecito de Illinois, del que huyó de las temperaturas bajo cero. Es aprendiz de mecánico y encuentra que ochocientos dólares de renta drenan su salario. Estudia mecánica de motocicletas en las noches y labora de día en el taller de carros. Las motocicletas son su pasión. No sé cuántos años tiene, pero es un hombre, aunque parece un niño muy alto. Maneja una camioneta, mientras conversamos. Me lleva a casa. Competía a nivel profesional en motocross. Saltaba a alturas como de tres veces mi tamaño. Le pagaban por ello, pero lo hacía a gusto. ¿Por qué? — le pregunto. Me contesta que no sabe, que era algo que disfrutaba desde niño. Siempre le gustó la velocidad. ¿Y qué pensabas cuando estabas en la cúspide de un salto? —le pregunto. Me contesta que nada. Simplemente no pensaba. Se daba golpes con frecuencia. Se zafaba las muñecas, sufría contusiones y se torcía coyunturas. Se recuperaba y volvía. Hasta la última vez, durante el salto en que se le ocurrió pensar. Partía en desbalance al iniciar el salto. Dudó, vaciló y trató de corregir el salto. Subió y cayó con todo el peso…
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