Todos crecemos con mensajes subliminales en la vida; ese tipo de lemas que se incrustan en algún lugar de la mente de manera inadvertida y se convierten en guías para los momentos difíciles. Son ideas que moldean la personalidad a fuerza de tanto repetirse y terminan por condicionar lo que somos. Cuando era apenas niño un familiar pegó una hoja a la puerta de su cuarto. Leí ese papel cientos, sino miles, de veces. Era como si, entonces, hubiera estado escrito para mi. Lo leí cuando no tenía nada que hacer. Lo leí cuando buscaba algún motivo para actuar. Lo leí cuando buscaba alguna razón para fracasar. Y aquellas palabras anónimas me trataron siempre con la misma severidad. No me daban espacio para excusas. No me dejaban contemplar alguna salida fácil. Me confirmaban, como había yo leído por ahí en alguna cita de Emerson, que estamos hechos para la lucha y no para el descanso. Me decía que no me rindiera. Por eso en ocasiones, cuando las cosas salen mal como a veces pasa, escucho esa voz que me indica que en la vida no hay otro camino sino seguir adelante. Y me habla así: No te rindas. Cuando las cosas vayan mal como a veces pasa; cuando el camino parezca cuesta arriba; cuando tus recursos mengüen y tus deudas suban, y al querer sonreír tal vez suspiras; cuando tus preocupaciones te tengan agobiado; descansa si te urge, pero no te rindas. La vida es rara con sus vueltas y…
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