Ante todo, quiero ser breve, tanto en honor a esa expresión literaria del microrrelato como para ceder la palabra a un autor que la practica. Su nombre es Francisco Laguna Correa, maestro de universidad, editor de una literatura en ciernes, ganador en 2012 del Segundo Certamen Literario de la Academia Norteamericana de la Lengua por su libro de microrrelatos Finales felices. He leído la obra ganadora en tres o cuatro sentadas a más decir, no porque sea breve (aunque esa es una de las virtudes de esa construcción literaria), sino porque las narraciones de este tipo engañan al lector. Uno termina de leer una y consume la otra, como adicto de un significado que se elude y que otras veces se sobreentiende. Hay algo más en el vicio de la minificción. Tiene ese sabor de los sucesos que se cuentan entre murmullos y susurros, tal vez la manera más natural de conversación en estos tiempos nuestros, donde se conversa en un pasillo, en un elevador, en tránsito. Tal vez por ello me llamó la atención el microrrelato que Laguna Correa llama “Confesión” y que me apropio aquí para no tergiversar: Esa mañana fui un difunto más. Oraba sin método, oraba para burlarme del método, y daba cuenta de mis pobres imitaciones: intentaba duplicar mi risa, mi cuerpo y dejar que mi sombra cargara con el peso de mi sarcófago. Me agotaba en mi cansancio, en la ecuación ensimismada y laboriosa del poema rancio que escribía con la mirada. La vida…
10 comentariosCategoría: voces del destierro
Al acercarme a Beatriz, el libro más reciente del narrador dominicano Rubén Sánchez Féliz, yo sospechaba que me adentraba en una novela romántica, al estilo de la María de Jorge Isaacs con su obsesión amorosa y descripciones idílicas. Bastó con leer las primeras páginas para saber que me equivocaba si me dejaba guiar únicamente por su título. Sánchez Féliz nos lanza en medio de una escena confusa en la que tres hombres huyen — de quiénes o de qué no se sabe todavía — e irrumpen en una casa buscando refugio hasta que pase “el peligro”. El niño que nos cuenta los sucesos solamente llega a adelantarnos “que en mi casa han colocado una bomba de tiempo”. Hay que seguir leyendo para conocer en su voz las calles acaloradas de su barrio y recibir poco a poco los detalles necesarios para armar el resto de la historia. El relato se centra en gente humilde que malvive bajo el supuesto orden de un gobierno dominicano que no admite retos. Nos vamos enterando, entre lo que dicen o callan los personajes, que jugar a la política en ese ambiente es entrar en un callejón sin salidas y que, como dice el papá del narrador, en esas circunstancias “la vida de un hombre no vale una mota”. La Beatriz que da nombre al libro, aunque apenas participa de la historia, está al centro de la resistencia política y casi llega a representar a otras mujeres que no vemos ni oímos porque ocupan esos…
10 comentariosAntes de conocer a René Rodríguez Soriano conocí sus palabras, leyendo unas columnas que publicaba sobre asuntos literarios. Uno sabe por la calidad de las oraciones cuando alguien ve al lenguaje como algo más que una herramienta. Hay un cuidado especial en cómo una palabra lleva a la otra y cómo todo ello busca un sentido que a veces es demasiado personal para ser claro. Por eso inicié una correspondencia con él que me llevó a descubrir sus escritos –sobre todo sus cuentos– y después de eso hemos cruzado caminos un par de veces. A mi juicio, Rodríguez Soriano es un ente literario que sueña, desayuna, respira y suspira palabras todo el día. Todo lo demás es secundario, a menos que encuentre expresión a través del lenguaje. Esa impresión queda cuando uno le lee — que más allá de cualquier trama, de cualquier estructura literaria, está el esmero de la expresión. Su última novela «El mal del tiempo» se ha publicado recientemente, tras reconocérsele con el Premio de Novela UCE 2007, otorgado por la Universidad Central del Este en República Dominicana, el país que es nuestro común punto de origen. Esta novela, que se presenta a manera de diario de un personaje –o colectividad, según el autor– llamado Javier, incursiona en temas de la sociedad dominicana y su disfunción, como la describe así en uno de los apuntes del diario: “Mi pueblo es una ilusión, es algo y no es nada. Mi pueblo está dormido, hundido, confundido, engañado, maltratado, alienado.…
7 comentariosRecibí por dos vías un nuevo libro de poesía que se titula «El cuerpo y la letra. La poética de Luis Alberto Ambroggio», un autor que desconocía. Es un tomo enjundioso –editado por la Academia Norteamericana de la Lengua Española– que reúne tanto los versos de Ambroggio como ensayos críticos de su obra. Encuentro en estas páginas una poesía seria y pulida que habla de esa lucha anónima que se da entre los habitantes de dos culturas, como reclama el autor en «Don de lenguas». Me habitan dos lenguajes enemistados;me siento esclavo en mi propia carne.Desheredo las palabras dulces,obedezco y me rebelo ante órdenesque me desprecian con sílabas mortalesy huelo a gritos discordantescomo pan quemado. Los versos de Ambroggio, como él mismo dice en uno de sus ensayos, están hechos de “palabras que muerden, que tocan, que cantan, que defecan” para un hombre que busca en ellas su realización. Gracias por visitar Libro Abierto. Para subscribirse a futuras publicaciones, escríbanos a libroabierto@vmramos.com.
4 comentariosFui yo quien hace tres años empezó el embrión de artículo sobre Junot Díaz en Wikipedia cuando, tras leer su libro de cuentos «Drown», sentí la necesidad de dar a conocer el trabajo de este escritor y de ubicarlo bajo el título de autores dominicanos. Puse allí dos o tres parrafitos y el nombre del libro, lo poco que sabía, y al regresar con los años he visto el artículo crecer — igual que la fama de Díaz. Hará diez años que oí hablar de él por primera vez de boca de un conocido novelista norteamericano que, francamente, me confesaba que no entendía what all the fuss was about — por qué tanto alboroto con este autor y por qué la afamada revista New Yorker lo publicaba cuando rechazaba los escritos de la mayoría. He is no García Márquez or Carlos Fuentes. Eso me dijo. Yo detecté celos –envidia quizás–. No me animé a leer a Junot hasta años después, pero cuando leí sus primeros cuentos me pareció que se repetía aquella tarde de la adolescencia en que la pelota de béisbol me golpeaba en la cara y yo caía atontado en el piso. What the heck did just happen? — me pregunté. Did he just write that? Y entendí los celos de aquel otro. El tipo sabe escribir: aunque creo que para apreciar esto del todo hay que leerlo en inglés y ser bilingüe. He tardado menos en leer su primera novela, «The Brief Wondrous Life of Oscar Wao»,…
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