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Libro Abierto Artículos

Odiseo

No hay que leer los veinticuatro cantos del poema clásico griego para saber qué es una odisea. Ni siquiera hay que conocer que existe esa obra de Homero para entender el término, aceptado en los diccionarios de los idiomas de Occidente, como un viaje literal o figurado que evoca exploración, aventura y conquista.

Yo conocía la Odisea por las versiones resumidas que se citaban en estudios secundarios y universitarios y uno que otro fragmento que había leído aquí o allá como la historia de un viaje heroico en que su protagonista se sobreponía a obstáculos fantásticos para regresar al hogar.

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Fantasía de una tarde invernal

Es el primer verdadero día de invierno de toda la temporada, aunque hace ya semanas que sobrevivimos el trayecto de las horas más oscuras del año, y llegamos de este lado a unas tardes plateadas y a nuevas marcas en el calendario. No sé por qué en estos días en que el agua se congela el aire se respira más limpio, pero es lo que sucede. Sale uno y quiere despegar hacia adentro de no ser por esa energía que infunde los pulmones, como si fuera un oxígeno más puro.

Y entonces me acuerdo de los días más fríos de mi vida: de la nieve enlodada mientras cambiaba un neumático pinchado en la Northern Boulevard; de una caminata nocturna y solitaria por la helera de Albany; de una mañana remota en que tanteaba sobre un piso congelado en el campus de la universidad a que me había ido a matricular en el Bronx, y de cómo mis zapatos chinos no servían para esa superficie. Mis rodillas temblaban, pero seguí; di el siguiente paso.

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Buscando finales felices

Puede un hombre que haya sufrido las aventuras de un caballero triste entregarse aún a las más quijotescas aventuras con conocimiento de causa de la mofa que recibirá y del final patético que le espera. Puede una mujer que haya muerto dos veces, una arrojándose a las vías con Anna Karenina y la otra con el trago amargo de Emma Bovary, entregarse con toda pasión a la intimidad más arriesgada. Siguen saliendo hombres tras la caza de la ballena de Moby Dick o el marlin que el viejo Santiago ató a su bote, a saber de que sería carne para tiburones.

Y siguen muchos enamorados sin voluntad gritando a la maga, perdidos en sus laberintos de memorias y palabras sin trama. Otros luchando toda una vida para comprar aquella propiedad cerca de la bahía y ver la luz verde al otro lado del agua, muy cerca pero siempre inalcanzable en otros sentidos: porque la luz no se puede capturar; por eso.

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Eileen Chang y la “irrazonable realidad”

En un período en que no podía viajar a ninguna parte, yo caminaba por las calles de Hong Kong en una tarde de primavera en que ciertas azaleas apasionadas asaltaban los sentidos con su rojiza intensidad, “quemándolo todo”.

De pronto me adentraba en un mundo antiguo y nuevo a la vez, otro presente trastocado por el rumor de una guerra y una realidad que existía en la incertidumbre de la influencia colonial.

Caminaba yo tras los pasos de una muchacha de provincia que buscaba un mejor presente bajo el auspicio de una tía, y el personaje me llevaba hacia el interior de una casa, donde abría un armario y descubría como seguía existiendo en su contenido la China de otros tiempos a la sombra del progreso.

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Robarse el fuego

Estos días tengo que huir de todas mis obligaciones y del escritorio que una vez compré y armé con la esperanza de que sería el lugar de mis imaginaciones. Hay muchos asuntos de trabajo allí; mucha correspondencia abierta y sin abrir; muchos cables de computadora, impresora, monitor, bocinas, y el polvo que se acumuló entre ellos y sobre los libros que no leí en más de dos años de trabajo remoto por la pandemia.

Los asuntos prácticos se interponen: primero, hay que ser responsable y pagar las cuentas, desempolvar las superficies, organizar los libros, contestar las llamadas a mi mamá (siempre hay una emergencia que en realidad no es nada), y luego estoy cansado y necesito una siesta, y cuando despierto la casa está llena de gente, oigo los debates en la televisión y mejor me voy a cortar el pasto, que ya eso empieza a parecer un terreno baldío para criar becerros.

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