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Libro Abierto Artículos

Del significado de la literatura.

Cuando hablamos de significado nos referimos a algo que no se puede transmitir de manera directa, pero que queda sugerido por la representación abstracta de las imágenes y las palabras. Hablamos de lo que el signo señala, pero no contiene. Es como decir, por ejemplo, que el significado de la palabra “silla” no es la silla en sí. Es decir que –como enunciaban voces tan distintas como las de Alfred Korzybski en el terreno lingüístico y Jiddu Krisnamurti en lo espiritual– la palabra no es la cosa. La palabra “silla” no es la silla. La palabra “palabra” no es la palabra. Esta misma observación se encuentra a nivel más amplio. Suponemos que toda esta cosa que llamamos vida es la representación de verdades que le trascienden. De ahí surge la cuestión: ¿qué es el significado de todo esto? ¿qué sentido tiene la existencia? ¿hay algo más allá, o más acá, de lo que pensamos, sentimos y hacemos para sobrellevar cada día? Los religiosos dicen que sí y presentan un dogma. Los filósofos rondan mucho la pregunta, tal vez con temor de entrarle en lleno. Los científicos se ocupan de las particularidades. La literatura –todo el arte– tiene la responsabilidad de contemplar este asunto: ¿Qué significa ser humanos? Gracias por visitar Libro Abierto. Para subscribirse a futuras publicaciones, escríbanos a libroabierto@vmramos.com.

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El temor a los ángeles.

“Ángel de mi guarda, mi dulce compañíano me desampares ni de noche ni de día”. Oración católica. Hay libros a los que uno se acerca con sus dudas, como si mordieran. Yo le temí a «Dulce compañía», una novela de la autora Laura Restrepo. Y le temí por dos razones que tal vez parezcan descabelladas a los lectores más expertos. Primero, porque leí «Delirio», otro libro de la misma autora colombiana que me causó un dolor de cabeza por sus dificultades narrativas. Detesto esos libros que son difíciles a propósito. La segunda razón, y esta es la más risible, fue que tuve la impresión de que este otro libro sería lo contrario: demasiado fácil. No me gustan los extremos en estos sentidos. Los escritos muy difíciles me parecen arrogantes, aunque muchas veces me ha sorprendido Jorge Luis Borges al demostrarme que la dificultad que yo esperaba en alguno de sus cuentos era imaginaria, como su narración. Los escritos muy fáciles me parecen perezosos: ese tipo de páginas que se disuelven en el aire una vez leídas y no dicen absolutamente nada que se quede con nosotros. Me gustan los libros medios, pero no mediocres, que me reten sin ser aburridos. Que se dejen leer, pero que me obliguen a confrontar los temas que proponen. Así me acerqué a «Dulce compañía», marcado por las dudas. Y, hasta cierto punto, tenía razón: El libro es fácil, pero no simple. Me adentré en su trama con ganas de criticarlo y terminé disfrutándolo. Para…

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La amistad óptica.

Si quieres ser mi amigo, mueve tu ratón y cliquea sobre el enlace que dice “Ser mi amigo”. Puedes marcarme como tu favorito, algo así como tu mejor amigo. Puedes unirte a mi comunidad. Puedes leer mi blog personal, cualquiera de ellos. ¿Por qué no votas por mi? Soy el enlace más cool –o más hot, si quieres– de la semana.

¿No has oído esa canción vieja de Roberto Carlos? Probablemente no. Él también quería tener un millón de amigos.

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Volar en motocicleta.

Mike tiene manos que parecen mantarayas y sus dedos abarcan los de uno al saludar. Me doy cuenta al despedirme. La primera parte del trayecto fue sin palabras, hasta que la conversación se inició como es común: comentando del clima. Vivió antes en California, donde el calor también es intenso pero la humedad no es tan molestosa. Es de un pueblecito de Illinois, del que huyó de las temperaturas bajo cero. Es aprendiz de mecánico y encuentra que ochocientos dólares de renta drenan su salario. Estudia mecánica de motocicletas en las noches y labora de día en el taller de carros. Las motocicletas son su pasión. No sé cuántos años tiene, pero es un hombre, aunque parece un niño muy alto. Maneja una camioneta, mientras conversamos. Me lleva a casa. Competía a nivel profesional en motocross. Saltaba a alturas como de tres veces mi tamaño. Le pagaban por ello, pero lo hacía a gusto. ¿Por qué? — le pregunto. Me contesta que no sabe, que era algo que disfrutaba desde niño. Siempre le gustó la velocidad. ¿Y qué pensabas cuando estabas en la cúspide de un salto? —le pregunto. Me contesta que nada. Simplemente no pensaba. Se daba golpes con frecuencia. Se zafaba las muñecas, sufría contusiones y se torcía coyunturas. Se recuperaba y volvía. Hasta la última vez, durante el salto en que se le ocurrió pensar. Partía en desbalance al iniciar el salto. Dudó, vaciló y trató de corregir el salto. Subió y cayó con todo el peso…

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Mi bicicleta y yo.

Acabábamos de ascender una colina y estábamos en la calle que desembocaba en casa, cuando mi mamá me preguntó por qué no trataba. Tenía miedo de caerme. No quería ensuciar el turquesa que brillaba sobre los tubos de mi nueva bicicleta. Era perfecta, y nueva. Hace algunos veinte años de eso. El niño que yo era lograba un sueño. Junté algún dinero que me enviaron mis tíos y tías desde Nueva York con otros pesos que tenía mi madre y fuímos hasta la ciudad a obtener aquella BMX. La escogí por el color: hasta sus ruedas eran azules. Preguntamos el precio. Costaba unos diez o quince pesos más que lo que esperábamos, pero yo estaba enamorado de ésa. Mi mamá sacrificó otros billetes y añadió la diferencia. Acepté el timón, tembloroso, de manos del vendedor. Me sentía el niño más dichoso del mundo. Media hora después, me encontraba al tope de la calle de mi barrio, con un zapato en el pedal y el otro en la tierra. Mi mamá esperaba mi demostración. Una vecina que advirtió la escena se detuvo en su marquesina para mirar. Traté y tambalié. Tuve que bajar los dos pies. La vecina se rió. Traté otra vez. Pedalié algo más. Tambalié de nuevo, pero me enderecé. Tensioné los brazos y apreté las manos con todas mis fuerzas. La bajada me dio impulso. Ahora no me podía detener. Las ruedas rebotaban sobre el pedregal de la calle. Iba desbocado. Mi mamá quedaba detrás entre la nube…

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