Press "Enter" to skip to content

Libro Abierto Artículos

Los laberintos de Alberto Pancorbo, y el salto más allá del simple realismo

Alberto Pancorbo describe su estilo de pintura como “un realismo romántico y fantástico”, aunque yo diría que la imagen de una mujer que a la vez es puerta cerrada y hendidura de madera no es ni real ni romántica ni fantástica. Es, más bien, simbólica. Cierto, los cuerpos que Pancorbo pinta parecen hechos de carnes, tendones, tejidos y huesos, pero ese fisicalismo no es más que un punto de partida para representar lo irrepresentable — aquello que no se mira, pero ciertamente se ve. Y como cualquier simbolismo, el lenguaje pictórico de Pancorbo es arbitrario. Contiene su propia gramática de formas y colores. Hay varios patrones en sus cuadros: la desnudez que hace a sus sujetos vulnerables; los laberintos que expresan la enajenación; los horizontes trastocados que aluden a un mundo inventado; las aves que delatan alguna suerte de espíritu; y las puertas que a veces aparecen cerradas, pero que como puertas al fin son susceptibles de abrirse. Este ambiente enrarecido no es realidad, sino visión de un mundo en que el ser humano todavía no encuentra su lugar. Él mismo lo dice en una breve semblanza que aparece en su sitio: “Un visitante al laberinto de la imaginación de Alberto Pancorbo es confrontado a cada vuelta con símbolos tanto antiguos como modernos. Aluden a la existencia humana, a la lucha, y frecuentemente, a la insensitividad humana hacia el mundo”. Esa visión, o su contraste, es probablemente lo que me atrajo a sus pinturas y me llevó hasta el punto…

Dejar un comentario

La época del push-button publishing.

Muchos de los grandes movimientos sociales (no me gusta la palabra revolución en este contexto) que surgieron de avances tecnológicos empezaron en silencio, entre algunos locos que vieron el potencial de algún sendero (tampoco me gusta esta palabra por el mal sentido que le dieron algunos locos marxistas) aún sin trillar. Porque es solamente en los senderos sin trillar que hay potencial.

Sucedió eso con la mecanización de tareas rutinarias, con la invención de aparatos para escribir (este es el inventito que quiero destacar como antecesor de los nuevos), con la transportación motorizada, con las telecomunicaciones y, recientemente, con el internet. Hace apenas diez años desde que irrumpió el internet, causó cierto furor, perdió un poco su brillo de novedad, y pasó a ser un medio más de los que ya existen para que nos comuniquemos, o nos incomuniquemos. Y a tan sólo una década, este medio (del que ya se apoderaron varias corporaciones para fines promocionales) se va transformando en otra cosa, con el advenimiento de mejorías simples en programación que permiten el uso a cualquier persona de alfabetización básica.

2 comentarios

¡El agua está viva!

Hoy mis hijos jugaron a la entrada del garaje, mientras la lluvia se estrellaba en sus sonrisas. Pisaban charcos con sus chancletas de goma para que salpicara el agua. Correteaban, mientras yo los vigilaba desde el espacio seco del garaje. ¿Cuántas veces no fui yo quien corrió por las calles enlodadas de mi niñez mientras la tierra hervía de gotas? ¿Cuántas me deleite bajo algún caño que devolvía la lluvia a raudales? Los miraba con el secreto deseo de unírmeles y saltar de alegría, pero no me permití el momento. ¿Qué dirán los vecinos? ¿Qué de mis pertenencias en los bolsillos? ¿Y la ropa, cómo quedaría? Corría el peligro de ser loco. Supongo que los niños me veían con igual extrañeza que yo a los adultos de aquellas tardes de aguacero. Se encerraban en sus casas como si la lluvia fuera dañina. Se cubrían bajo paraguas, porque les importaba más la ropa que la felicidad. Miraban a los niños desde lejos y tal vez se ponían nostálgicos, como yo. Era una de las actividades más divertidas de mi niñez, igual que lo fue hoy para mis niños de tres y seis años. “¡El agua está viva!” gritó el mayor. Le dije que sí, que efectivamente el agua es vida. Gracias por visitar Libro Abierto. Para subscribirse a futuras publicaciones, escríbanos a libroabierto@vmramos.com.

Dejar un comentario

La otra orilla

La última vez que me mudé tuve un sueño alegórico.

Manejaba un vehículo por una de las calles céntricas de Manhattan en dirección del Río del Este. Aunque esa calle termina en el río y da a una autopista, en mi mundo interior llevaba directamente a un puente que era tan majestuoso como inusual. Brillaba con luz propia, como una de esas piezas de plástico que despiden luminosidad en la oscuridad.

Dejar un comentario

Las aves de rapiña y la felicidad.

Salí con mi esposa y niños a aprovechar el sol de la primavera floridana. Anduvimos por un refugio de aves de rapiña, donde se recoge a los buhos, águilas, pavos y otros animales similares que sufrieron algún trauma físico o enfermedad. Se les atiende. A algunos se les opera. Los cuidan, y a aquellos que se recuperan los colocan con aves que le sirven de parientes adoptivos antes de reintegrarlos a la naturaleza salvaje. Sobre los edificios de esta ciudad en que vivimos todavía vuelan águilas, cóndores, buitres y otras aves similares — que descienden de sorpresa y pescan en los muchos lagos del área. Hoy vimos esas aves muy de cerca, con sus plumajes brillosos, y conversamos con los cuidadores de aquel refugio. Los niños y yo disfrutamos del cosquilleo en las manos de un puñado de gusanos que constituyen el alimento de algunas de estas aves. Me impresionaron mucho un condor tuerto; un águila de cuello blanco que está loca por daños irreversibles al sistema nervioso; y un buho que cree que es humano — porque lo primero que vio al nacer fue a un ser humano y se le quedó esa impronta. (Creo que estaba enamorado de mi esposa). De alguna manera sentí que aquellos cuidadores — guardianes que sanan y protegen a estos animales emplumados, sin importarles que esos mismos animales estén dispuestos a darles algún picotazo a las mismas manos que los alimentan — desempeñan la misión instintiva que nos corresponde a todos los seres…

2 comentarios